14 de noviembre de 2007

Educación para la ciudadanía.

En este mundo nuestro, occidental, orondo e insolidario, a veces pequeñas cosas nos dan pequeños soplos de optimismo.

La situación es normal: Largas filas de vehículos parados esperamos en un paso a nivel que se abran las barreras. La fauna habitual de las calles de la ciudad: Señoras con todo terreno, ejecutivos y ejecutivas de medio pelo con Audi, ocupantes de Mercedes con pinta de especulador, furgonetas de reparto salidas de Mad-Max, etc.
Cerca un contenedor de basuras derribado con parte del contenido en la vía pública y montones de basura que los vecinos han ido acumulando al lado del mismo. Una gitana, con ese aire que suelen tener las madres y abuelas de media edad de su raza, hartas de parir y criar, de levantarse temprano y bregar todo el día, se acerca con un montón de basura. Como no, los mohines y los gestos de desagrado unidos a un cierre de pestillos se expanden en las filas de coches. Para mi sorpresa la buena mujer, que levanta poco mas de metro y medio del suelo, coge el contenedor y lo endereza, echa su basura, recoge la que habían dejado por el suelo y la hecha también. La gente ni la mira, solo ver que no hay peligro de que se acerque a pedir la han olvidado y pasan sin verla mientras ella se afana y los coches circulan bajo las barreras levantadas.

Me quedo doblemente maravillado: Por que aún haya exista gente capaz de estos gestos espontáneos de responsabilidad y por el desdén de la gente hacia estos mismos gestos.
¡Que gran lección de urbanidad nos había dado esta Señora (así con mayúsculas) y como la habían desperdiciado casi todos!
 

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